martes, 28 de agosto de 2012

Homilia de mons. Mario E. Mestril Vega, Obispo de Ciego de Ávila, en la ordenación sacerdotal de Lázaro Henrry Alegrant de la Torre

 
                                                                                                                                        Foto: Orlando Guevara Freire
 

Ciego de Ávila, 25 de agosto de 2012.

Cuando hace muchos años visitaba a una señora mayor a quien llevaba la comunión, nunca pude pensar que al cabo de tantos años, ese niñito que estaba allí y era su nieto, iba a ser ordenado sacerdote por mí. Y, es que al igual que a Jeremías, el Señor le dijo: "Antes de formarte yo en el vientre, ya te conocía; antes de que salieras de las entrañas maternas, te consagré profeta y te destiné a las naciones"".

Hoy la Iglesia que peregrina en Cuba y especialmente la comunidad de los salesianos, se viste de alegría por la ordenación sacerdotal de Lázaro Alegrant.  Y es que Lazarito como Simón y su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan, al escuchar la voz de Jesús que le decía: "Ven conmigo y te haré pescador de hombres, lo ha dejado todo y le ha seguido. 

Hermanos:

El Señor Jesús, ha hecho que todos los cristianos, por el bautismo, participemos de la unción del Espíritu con la que él estaba ungido, formando así, como expresaba el canto de entrada, un pueblo sacerdotal que ofrece a Dios sacrificios espirituales y anuncia el poder de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. Pero el mismo Señor, para que formáramos un solo cuerpo, instituyó a algunos como ministros que tuvieran la potestad del orden para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados.

Durante tres años los había iniciado en su doctrina, los había hecho partícipes de su misión, les había convertido en pescadores de hombres, había subrayado que no eran ellos los que le habían elegido a él, sino que era él quien les había elegido y les había hecho sus amigos. En la Última Cena les mandó hacer lo mismo que él había hecho. De esta forma pasaron a ser sus sucesores. Había nacido el sacerdocio. Un sacerdocio distinto al que los judíos conocían, como era distinto el sacrificio que debían realizar  

El Concilio Vaticano II dice: "Dios, el único Santo y Santificador, quiso escoger como compañeros y colaboradores suyos a hombres que estuvieran al servicio de la obra de la santificación."        (presb. Ord. 5)   

La definición de lo que es un sacerdote, la da el autor de la carta a los Hebreos, cuando habla del sacerdocio de Cristo: "Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto al servicio de Dios en favor de los hombres, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Está en grado de ser comprensivo con los ignorantes y los extraviados, ya que él también está lleno de flaquezas, y a causa de ellas debe ofrecer sacrificios por los pecados propios, a la vez que por los del pueblo".

 Cristo no era de la estirpe de Aarón, por consiguiente no formaba parte de la casta sacerdotal, ni las tradiciones evangélicas le aplican este título. Es el autor de la carta a los Hebreos quién llama a Cristo el Sumo sacerdote de la Nueva Alianza. Sacerdote, no según la sangre, pues pertenecía a una tribu que jamás estuvo al servicio del altar. El salió de la tribu de Judá de la que Moisés no dijo nada a propósito del sacerdocio. Es el Padre quién le ha dicho: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy" "Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec". Su sacerdocio es para siempre a la manera de Melquisedec, cuyo nombre significa rey de justicia y de paz.

Cristo es sacerdote desde el momento de su Encarnación, cuando dijo: "No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo. No has aceptado holocaustos ni sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad".

 Hoy, yo, en  nombre de la Iglesia, elijo y ordeno a Lazarito conforme a la más Antigua tradición, atestiguada ya por San Pablo, de imponer las manos para que sea ministro del evangelio y dispensador de los sagrados misterios   

La Constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II dice: "los presbíteros a imagen de Cristo, sumo y eterno sacerdote, son consagrados para predicar el Evangelio, pastorear a los fieles y celebrar el culto divino como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento".

 

Lazarito, en tu vida sacerdotal has de tener presente que tú eres Iglesia, pero no eres la Iglesia, por lo que tu sacerdocio has de vivirlo en relación con Cristo, con tu Obispo, con tus hermanos sacerdotes y con el rebaño que te será confiado.

   

Relación con Cristo

El fruto de tu ministerio no dependerá solamente de tí, ni en primer término de tus cualidades y aptitudes, sino de Cristo de quién eres representante y testigo. Sin El no podrás dar fruto. Manifiesta a Cristo en tu vida. Se consciente de que nuestro ministerio sacerdotal lo ejercemos en nombre de Cristo, de quién somos embajadores. En su nombre, no en el nuestro, predicamos, bautizamos, perdonamos y echamos las redes.

 

Relación con tu Obispo y con tus hermanos sacerdotes

A tu Obispo, de quién eres colaborador, debes tenerlo como padre y amigo. Con él y en comunión con él ejerces tu ministerio y formas el presbiterio.

Aislarte, es dar muerte a tu ser sacerdotal, pues el aislamiento es el principio de crisis de identidad.

Tu mejor amigo debe ser tu hermano sacerdote.

"Ningún presbítero, dice el concilio, puede cumplir cabalmente su misión aislada o individualmente, sino tan solo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de quienes están al frente de la Iglesia". (P. O. 7 Conc. Vat. II).

"La caridad pastoral pide que los presbíteros, para no correr en vano, trabajen siempre en vínculo de unión con los Obispos y con otros hermanos en el sacerdocio".

   

Permíteme recordarte los consejos de San Ignacio de Antioquía en su carta a los Magnesios:

 "Nada hagas sin contar con tu Obispo y con los presbíteros, ni trates de colorear como laudable algo que hagas separadamente, sino que, reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad".

 

Relación con el rebaño que te será confiado

Tú serás pastor, pero no eres el Buen Pastor. El rebaño no es tuyo, sino de Cristo. Recuerda el consejo que daba el apóstol San Pedro a los responsables de comunidades: "Apacienten el rebaño que Dios les ha confiado, no a la fuerza, sino con gusto, como Dios quiere, y no por los beneficios que pueda traerles,  sino con ánimo generoso. No como déspotas con quienes les han sido confiados, sino como modelos del rebaño" (I Pedro 5, 2-4).

 

 Un hombre de Dios

La característica primera del sacerdote es la de ser un hombre de Dios, que se preocupa de las cosas que tienen que ver con Él. Así como la gente espera que seas un hombre cercano a ellos, con los valores que debe tener todo hombre que quiera ser persona, así, espera que seas un hombre de Dios, que le hables de El y lo representes ante El.

El Concilio hablando de los presbíteros dice: "No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de otra vida más que la terrena, pero tampoco podrían servir a los hombres si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones".

Tu primer deber es anunciar a todos el Evangelio como le recordaba el apóstol Pablo a Timoteo: "Dedícate a la lectura de las Escrituras, a la exhortación y a la enseñanza. No hagas estéril el don que hay en ti y que se te confirió cuando por indicación profética, los presbíteros te impusieron las manos".                  (I Tim. 4, 13-14)

Como hombre de Dios te corresponde predicar la Palabra, procurando creer lo que lees, enseñar lo que crees y practicar lo que enseñas. Igualmente te corresponde la función de santificar a los hombres a través de los sacramentos, especialmente cuando celebras la Eucaristía, sacrificio de Jesús sobre la cruz, memorial de su Pascua, sacramento para el cual fue instituido el sacerdocio ministerial que te será conferido.

 

Ten en gran estima la vida litúrgica, que como dice el Concilio Vaticano II "es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia y aunque no agota toda la actividad de la Iglesia, ella es la cumbre a la cual tiende toda su actividad y la fuente de donde brota toda su fuerza".

 Un hombre entre los hombres

Recuerda siempre que has sido escogido de entre los hombres, formado del mismo barro que los demás, con las mismas grandezas y miserias y has de estar adornado de las mismas virtudes y valores que se esperan de todo hombre: la sinceridad, la honradez, la sencillez, la autenticidad, la fidelidad, el agradecimiento, la responsabilidad.

 

 San Policarpo en su epístola a los Filipenses decía: "Los presbíteros han de ser compasivos y misericordiosos con todos; han de visitar a todos los enfermos,  recuperar a los que yerran, atender a las viudas, huérfanos o pobres, preocuparse de hacer el bien ante Dios y ante los hombres, abstenerse de toda ira, acepción de personas, juicio injusto; alejarse de toda avaricia, no creer rápidamente las acusaciones contra alguien; no ser demasiado severos  en sus juicios, tener conciencia de que todos somos pecadores"

La gente espera de ti  no solo que seas santo, sino también humano, cercano y a la vez distante, comprensivo y a la vez exigente.

Tú podrás tener muchos defectos y podrás cometer muchos errores, ya que no eres ni un ángel ni un superhombre, pero lo que no entenderá la gente, ni  disculpará, es que seas arrogante, autosuficiente, que convivas con la mentira, que estés de parte de los poderosos o que te parcialices ante la injusticia.

 

En la novela la hora veinticinco aparece un sacerdote ortodoxo rumano que es conducido ante el tribunal del pueblo presidido por Marcou Goldenberg,  para ser juzgado. Este, después de preguntarle su nombre, su edad y su oficio le dice: "Ser sacerdote es no tener oficio. El zapatero hace zapatos, el sastre hace vestidos. Cada trabajador produce alguna cosa, ¿Puedes decirme que produce un sacerdote?

El sacerdote Alexandru Koruga no le respondió.

 

Esta mentalidad de Marcou Goldemberg es muchas veces la mentalidad de algunos contemporáneos. Es verdad que ser sacerdote no es un oficio, sino una vocación y que el sacerdote no produce zapatos, ni nada por el estilo, porque el hombre no se valora por lo que produce, sino por los que es, por su dignidad de hombre.

Tú, Lazarito, tienes la misión de hacerle descubrir a nuestra sociedad que "No solo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios", que el hombre no se reduce a lo económico o a lo político, sino que el hombre además de ser un ser espiritual, está llamado a trascenderse a sí mismo, que la grandeza de un pueblo no está en tener muchas cosas, sino hombres y mujeres rectos, honrados y justos.

Los zapatos los tienen que fabricar los zapateros, levantar la economía es cosa de los economistas, así como restaurar las libertades políticas, es cosa de los políticos.  Pero ¿Quién va a levantar y reconstruir al hombre que además de los zapatos, los bienes económicos y las libertades políticas necesita también de Dios?

 

Te recuerdo algo que el sacerdote de la citada novela  decía:

"La Iglesia no puede salvar las sociedades, pero ella puede asegurar la salvación de los individuos que la componen"

 

Lazarito, todo este gran tesoro lo llevamos en vaso de barro, por eso, vamos a invocar la ayuda de la Virgen y  de los santos, para que al imponerte las manos, el Espíritu Santo venga en ayuda de tu debilidad y te haga un sacerdote según el corazón de Cristo, el Buen Pastor. A Quién proclamamos Señor y le adoramos, por los siglos de los siglos.

 

 

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